Ducharse, es una parte esencial de una rutina saludable, pero dependiendo de la temperatura, el tiempo que pasa bajo el agua puede ofrecer diferentes beneficios.
El agua caliente tiene un efecto relajante, y sirve para aliviar los dolores musculares, combatir el insomnio, o incluso las cefaleas tensionales. No cura un resfriado, ni la gripe, pero el vapor que produce el agua a la temperatura que la utilizan muchos, descongestiona las vías respiratorias.
No sobrepase los 20 minutos de inmersión en agua caliente, porque su piel se resecará, y perderá elasticidad y firmeza.
Mientras que el agua fría despeja la mente y el cuerpo, y en ese sentido, ayuda a la concentración en cualquier actividad intelectual o que requiera mucha energía.
Esto tiene una doble base fisiológica: por un lado, el frío activa la circulación y proporciona más flujo de sangre a los órganos y tejidos; y por otra, estimula la producción de noradrenalina, una hormona relacionada con el estrés.
Ambas opciones tienen sus beneficios musculares. El agua caliente ablanda los tejidos, y favorece la relajación muscular, puede aportar beneficios similares, incluso cuando no hay lesión.
Por otro lado, el agua fría consigue la misma relajación muscular, por otro camino: reducción del ritmo cardíaco, de la inflamación, y de la circulación sanguínea. Por eso los deportistas se dan baños de hielo o de agua muy fría, de forma habitual, tras sus entrenamientos.
En conclusión, lo más inteligente es intentar aprovechar ambas duchas. Una forma de hacerlo es darse duchas frías por las mañanas, para activarse, y calientes por las noches, para relajarse y dormir mejor.