Ubicado en un lugar remoto de Rusia, cerca de Mongolia, su superficie se convierte en invierno en una llanura blanca moteada de espectaculares montículos de hielo de una transparencia insólita.
Baikal es uno de esos lugares que remiten al origen del mundo. Tiene cerca de 25 millones de años, es considerado el lago más viejo del planeta y constituye una de las mayores reservas de agua dulce del mundo. Su volumen es equivalente al del mar Báltico. Un tajo cristalino de más de 600 kilómetros de largo, 79 de ancho y profundidades que alcanzan los 1.600 metros, con forma de media luna y ubicado en el corazón oriental de Rusia, en la zona sur de la región de Siberia. En mitad de ninguna parte. Allí el invierno golpea fuerte y transforma sus aguas cristalinas, que en los meses cálidos permiten ver con claridad hasta 40 metros de profundidad, en montículos de hielo de gran pureza, semejantes a pedazos de vidrio transparente.
A lo largo de los siglos, ha sido un lugar considerado sagrado por los asiáticos, de ahí que a su alrededor se puedan encontrar tallas y partes de los edificios rituales de las tribus que peregrinaban al Baikal para investirse de su energía. Todavía se usan sus aguas, ricas en oxígeno y con escasa presencia de sales minerales, para algunos tratamientos médicos.
Los astronautas de la Estación Espacial Internacional (ISS) fueron los primeros en observar que sobre el agua helada se había creado una marca circular de unos 4,5 kilómetros de diámetro. Dejando de lado todo tipo de extrañas teorías, se cree este círculo oscuro podría estar compuesto por la convección del agua: el agua más cálida y menos densa asciende a la superficie, donde se congela de nuevo formando una fina capa de hielo. También puede deberse a emisiones de metano, que provocaron la ascensión de una masa de agua caliente en forma de remolino. Al tocar el agua caliente la superficie inferior de la parte helada fundió el hielo en forma de anillo.
Aquí también ocurre un fenómeno llamado como “Baikal Zen”; durante el día, el sol calienta la parte superior y los bordes de la piedra. El calor reflexivo derrite el hielo, formando un cuenco alrededor de la piedra, excepto por la parte inferior que siempre permanece a la sombra. Luego, la piedra descansa en equilibrio sobre una especie de pedestal de hielo. Un fenómeno singular producido por la naturaleza.