Este chicle es orgánico, certificado y biodegradable, además lo produce un consorcio de cooperativas bajo un esquema de comercio justo.
Se tiene conocimiento que el hombre neolítico mascaba resinas de árboles y plantas con propiedades medicinales, pero el origen del chicle se lo debemos a la cultura Maya. Inicialmente una especie de látex extraído del árbol llamado tzicli, nativo de las zonas tropicales de Centroamérica, su consumo fue inmensamente popular en las grandes civilizaciones mesoamericanas hace ya más de 2 mil años.
Las selvas tropicales del sureste mexicano, junto con las de Guatemala, Belice, Honduras y Nicaragua, conforman El Gran Petén, la segunda jungla tropical más grande en América después del Amazonas. En los estados mexicanos de Quintana Roo, Campeche y Yucatán, estos bosques tropicales han sobrevivido y prosperado, para cubrir hoy 1.3 millones de hectáreas, en contraste con otras regiones del país, donde el 80% de las selvas originales se han perdido debido a la tala de árboles, la ganadería y una labor agrícola incompatible con dicho ecosistema.
Ver a los chicleros, guardianes de la selva, trabajar; es fascinante. Su relación con los árboles de chicozapote es íntima y respetuosa, demuestra que el hombre y el medio ambiente pueden interactuar y sostenerse uno con otro. A diferencia de otras regiones del sureste de México, en el estado de Quintana Roo, la propiedad y explotación de los bosques está en manos de los propios campesinos, y la porción forestal de cada comunidad se encuentra bien definida. Esto ha generado que los campesinos tomen conciencia, a ellos les interesa cuidar la selva. Existen en la actualidad 44 mil hectáreas de terreno y más de la mitad es selva, lo que se llama la reserva forestal permanente. Ahí no se permite meter ganado ni cultivar. Sacan chicle y madera, pero hay que saber hacerlo, según los campesinos.
Esta manera de ver las cosas tiene una historia. A principios del siglo xx, cuando las compañías extranjeras detentaban la concesión de estos bosques, a los campesinos se les contrataba como jornaleros, tanto para el corte de madera como para la extracción del chicle, y se les pagaba sueldos ínfimos. Estas compañías no se preocupaban por la conservación de la selva, nunca plantaron un árbol ni respetaron el tiempo de descanso que requiere el chicozapote para extraer el látex.
El proceso: del árbol a la fábrica
El ‘chiclero’ se acerca al árbol de chicozapote, lo recorre con la mirada, lo ‘cala’ con el machete. Se decide y comienza a trepar con gran habilidad, usando tan solo su cuerpo y un par de herramientas simples. Desde abajo hace cortes en la corteza en forma de ‘V’ y en zig zag, por ellos escurrirá la sabia del blanco látex, que se convertirá en chicle. Sube cada vez más alto, abrazado al árbol que le proveerá el sustento. Su habilidad es fascinante, el trabajo es duro y muchas veces peligroso, pero lo aprenden desde muy jóvenes observando a sus experimentados padres y abuelos. La cosecha de chicle sucede justamente durante la época de lluvias, cuando los árboles están bien hidratados.
Desde la base del tronco, que puede tener más de un metro de diámetro, estos hombres hacen cortes en forma de zig zag, que les sirven de apoyo para continuar trepando y cortando la corteza de árboles que alcanzan los 30 metros de altura. Llevan una cuerda atada en la cintura con la que se abrazan alrededor del tronco, corte a corte, mientras trepan, sostienen su propio peso apoyando los garfios de sus botas de hule en las nuevas incisiones.
Por estos cortes en ‘V’, escurrirá el látex que permea gota a gota del tronco, hasta depositarse en las bolsas de henequén que han sellado con cera de abeja, y que ataron previamente en la base del árbol. Dependiendo de su tamaño y las veces que haya sido ‘chicleado’, de un chicozapote se pueden extraer entre medio y dos kilogramos de látex. Una vez ‘chicleado’, el árbol se deja ‘descansar’durante por lo menos cinco años.
Al finalizar la jornada se recolecta el látex de las bolsas, se filtra para sustraer las impurezas y se hierve en pailas (contenedores) metálicas. Poco a poco, el látex pierde humedad y comienza a adquirir consistencia pegajosa y elástica. Cuando alcanza el punto adecuado y se enfría, se manipula vaciándolo en moldes de madera, que permiten después obtener bloques o ‘formas’ conocidas como marquetas. Éstas se recolectan y transportan hasta los centros regionales de acopio y de allí se llevan a la planta industrial de Chetumal donde comienza el proceso de elaboración. El chicle de las marquetas se derrite junto con algunas ceras naturales para convertirse en ‘la goma base’. Aún caliente, se endulza con productos orgánicos como el jarabe de agave y se le añaden saborizantes naturales, después se compacta y moldea formando tiras de goma de mascar.
El uso exclusivo de ingredientes y procesos naturales da como resultado un producto excepcional, orgánico y biodegradable, que contrasta con el artificial mundo de las gomas de mascar sintéticas.
Restauración ambiental
El Consorcio Chiclero dentro de sus objetivos como institución social, tiene la de generar beneficios económicos a sus agremiados, la restauración de áreas degradadas y el manejo de los recursos forestales, buscando su permanencia para generaciones futuras. El manejo de áreas degradadas que se propone, es por medio del establecimiento de plantaciones forestales comerciales con especies nativas de rápido crecimiento, las cuales se espera generen recursos económicos a partir de un turno comercial no mayor a 10 años.
Cada persona que se lleve a la boca una tableta de Chicza en cualquier parte del mundo, estará contribuyendo de manera directa y personal, al bienestar de los productores de chicle de las selvas tropicales del sur de México y mantener viva la Selva Maya.