Diego Rivera y Picasso llevaron una relación de amor-odio, en uno de los momentos más efervescentes para la historia del arte.

De 1909 a 1920, Rivera transcurrió sus días entre los intelectuales y pintores de París, en el barrio de Montparnasse. Es así, como Pablo Picasso y Diego Rivera se conocen en París en 1914, y menos de dos años después, la relación llegó a su final. Se daban los primeros años del siglo, y el muralista mexicano, quien todavía no hallaba su pasión por el mural, viajaba al viejo continente para empaparse de la escuela artística que ofrecía París. Esta nación le significó un breve, pero importante periodo en la corriente del cubismo, y el encuentro con uno de sus dioses artistas: Picasso.

A este periodo, le corresponden las obras ‘La niña de los abanicos’ y ‘Mujer con alcachofas’, de Diego Rivera. Todo iba bien. La relación y el cobijo que se había dado entre ambos colosos, era una simbiosis envidiable en el mundo del arte, el mercado le abrió las puertas al nuevo discípulo del malagueño, que de un día al otro, comenzó a recibir mecenas y corredores a su domicilio, que se vio entonces invitado, a brillantes y extravagantes fiestas del medio; y Rivera era el aprendiz que le defendía, adoraba a su maestro, con toda la energía.

Fue hasta que la actitud desconcertante de Picasso, al entrar y salir libremente del estudio de Rivera, sin siquiera pronunciar una palabra, al inspeccionar detenidamente, y sin escrúpulos las telas del mexicano, advirtieron un poco las sospechas confirmadas que vendrían después. Diego enfureció, estalló en ira, y probablemente un poco de decepción, al ver las semejanzas casi idénticas, robos a toda luz, entre un boceto de ‘Hombre acodado en una mesa’ (Picasso) y su ‘Paisaje zapatista’. De este cuadro del mexicano, nadie sabía exactamente qué era, pero la obra de Rivera en este sentido, tampoco era aceptada como cubismo puro, surgió una controversia tan escandalosa que le alejó de Picasso para siempre.

Rivera había asegurado que Picasso le plagió esta obra en su cuadro ‘Hombre apoyado en una mesa’. Y no era cualquier tema, pues el ‘Paisaje Zapatista’, simbolizaba de algún modo la entrada de México en el movimiento cubista con un aire propio.

La amistad convertida en rivalidad entre Picasso y Rivera, se intensificó a finales del verano o en el otoño de 1915, cuando ambos posaron en sus respectivos estudios, junto a sendas pinturas de sujetos masculinos parcialmente rodeados de follaje. Se conservan varias fotografías donde Picasso aparece posando con sus pinturas mientras que el retrato de Rivera mirando directamente a la cámara, no se parece a ningún otro de su archivo. Pero ¿por qué se encuentran los dos artistas exactamente en la misma posición, del mismo lado del caballete, sosteniendo el pincel y la paleta en forma idéntica? ¿Quién copiaba a quién? En todo caso, la pintura fue un momentáneo y muy mexicano triunfo en los campos de batalla de Montparnasse: una afirmación pública de que él había vencido a los líderes del cubismo en su propio juego y en su propio territorio.

Después de esta arrogante exhibición de todo lo que había robado, Rivera fue con Guzmán al estudio de Picasso en agosto de 1915, sólo para descubrir que, dándole un giro, aquél había robado su técnica para pintar arbustos en un par de naturalezas muertas y, de forma más evidente, en una pintura mucho más grande, ‘Hombre sentado en la maleza’, en aquél momento probablemente aún en el caballete. Rivera estaba furioso por el robo: ‘Al acusar a Picasso de plagio, el poco conocido Rivera se hizo de fama; peor aún, dio a cubistas chapuceros un pretexto para cerrar las puertas de sus estudios a quien tanto le debían’. No obstante, creo que la ira de Rivera pudo deberse a algo más que al timo del maestro.

Poco después de esa visita, Picasso reutilizó su lienzo, como Rivera hizo en 1915, pero en lugar de pintar en el reverso, prácticamente borró ‘Hombre sentado en la maleza’, al reemplazarlo con el más abstracto ‘Hombre apoyado sobre una mesa’. Más que una simple forma de ‘exorcizar al cubismo’, volver a pintar sobre el mismo lienzo, tal vez era una manera de exorcizar al cubismo al estilo de Rivera, o de cualquier indicio que pudiera llevar a confundirlo con él.

A lo largo de su vida, Picasso no sólo se enfrentó con las fuentes históricas, sino también con sus contemporáneos cercanos, en especial Braque y Matisse. Para decirlo de otra forma, Picasso robó tanto del presente como del pasado, valiéndose de fracasos creativos para acicatearse e inspirarse constantemente: Matisse lo llamó alguna vez ‘bandido al acecho’.

En una entrevista que concedió su hija hace algún tiempo, se relata cómo Rivera decía que el español era un genio indudable, pero un hombre carente de originalidad, y del que todos sus amigos artistas tenían que esconder sus obras cuando les visitaba para evitar un plagio. Era respetado y reconocido, eso sin duda, pero los constantes parecidos de su obra con la de otros cercanos ya llegaba demasiado lejos.

Después de que Diego lo acusara por copiar este cuadro, la relación murió definitivamente, y éste decía que Picasso copiaba a todos los artistas. Cuántos lienzos de Pablo eran auténticos; cuántos un plagio, alegaba Rivera. Tal vez esto no lo podamos averiguar nunca, tampoco se trata de demeritar la producción del cubista más famoso, o de ensalzar el espíritu mexicano, con una defensa a Diego Rivera.