Hace 72 años, la marea de lava y las cenizas atrapaban árboles y casas. Todo fue transformado en rocas que lapidaron a dos pueblos, Paricután y San Juan Viejo Parangaricutiro.
Un mar de lava; un terreno desértico de 25 kilómetros cuadrados donde la vista tan sólo alcanza a definir los perfiles de las abruptas y negras formaciones volcánicas. Pero queda algo, a lo lejos, se ve la majestuosa forma de la antigua torre de la iglesia de San Juan de Paricutín, única superviviente del desaparecido pueblo, que permanece erguida e insolente como una isla en su particular océano de lava, para recordar a todo aquel que la visita, que dónde ahora tan sólo hay roca ennegrecida, no hace demasiados años habían pueblos repletos de vida.
En febrero de 1943, una violenta e inesperada erupción en el estado mexicano de Michoacán se llevó por delante las casas de varias poblaciones y dejó como único superviviente a la iglesia de San Juan Parangaricutiro. Aislada en un mar de destrucción, la torre de la vieja iglesia resistió los embates de la lava y quedó como único testigo del brutal fenómeno.
El día amaneció como otro cualquiera para los 900 habitantes de San Juan Parangaricutiro. Los alrededores de San Juan y de sus pueblos colindantes eran terrenos de cultivo fértiles y prósperos y, hasta aquel día, completamente llanos. Los campesinos, al alba, salían hacia sus quehaceres en el campo. El más madrugador aquel día fue Dionisio Pulido, que todavía no sabía que se iba a convertir en la primera persona en la historia en presenciar el nacimiento de un volcán.
Según él mismo relató, se encontraba arando cuando escuchó un fuerte temblor y contempló con sus propios ojos cómo se abría la tierra y comenzaba a escupir vapor y piedras.
En las siguientes 24 horas, el Paricutín se levantó 7 metros del suelo mientras arrojaba al aire todo tipo de material volcánico. Al cabo de una semana, la montaña de ceniza ya alcanzaba los 50 metros y continuó creciendo hasta alcanzar los 600 metros de altura. Y de este modo, nació y creció el volcán de Paricutín. Durante los siguientes nueve años el volcán continuó activo, creciendo su cono y vertiendo en sus faldas millones de metros cúbicos de lava, que en su lento pero imparable descenso engulló todo lo que se interpuso en su camino.
Sin embargo, la masa de lava respetó milagrosamente la estructura de la iglesia de San Juan y no hubo que lamentar víctimas humanas: hubo tiempo para evacuar a todo el mundo.
En la actualidad, el lugar se ha convertido en un centro de atracción para turistas y en un motor para la economía de la zona. Los guías muestran a los visitantes los restos de la torre que sobrevivió y los de la que todavía estaba en construcción, así como el altar y la pila bautismal que se conservan en bastante buen estado. Además, el volcán Paricutín empieza a ser conocido en todo el mundo y ha sido incluido en algunas listas como una de las siete maravillas naturales.