En la Península de Yucatán hay una joya que fue parte de la ciudad maya. Su majestuosidad le enamorará.
Hasta hace no mucho tiempo, varios cerros cubiertos de vegetación se levantaban sobre la planicie donde se localiza el pueblo de Izamal. A pesar de que la pirámide denominada de Kinich Kakmó es visible desde prácticamente cualquier punto del municipio yucateco, la vida transcurría sin que nadie sospechara sobre lo que los cerros cercanos a ella ocultaban debajo de la maleza.
Fue hasta que se comenzaron a realizar algunos trabajos arqueológicos que se descubrió, como ha sucedido en otros lugares de Mesoamérica, que aquellos montículos no eran cerros sino pirámides de una ciudad que, hace siglos, incluso antes de la llegada de los españoles a América, era una de las más importantes de la civilización, una a la que peregrinaban miles de personas y que hoy es parte de la llamada ‘Ciudad Amarilla’.
En el siglo XIX, Frederick Catherwood llegó a la península de Yucatán, junto a John Lloyd Stephens para explorar su territorio como parte de un proyecto para recabar mayor información sobre Yucatán. Durante el año 1839, los dos exploradores ingleses viajaron por diferentes ciudades mayas, una de ellas era Izamal, ubicada a poco más de 60 kilómetros de Mérida, donde descubrieron la pirámide de Kinich Kakmó.
Catherwood se dedicó durante días a dibujar, ayudado de una cámara lúcida, la pirámide de diez niveles dedicada a la deidad solar maya para el libro ‘Incidentes de viajes a Centroamérica, Chiapas y Yucatán’.
En el documento, publicado con éxito en 1841, se hace mención de otro grupo de montículos en la ciudad, cuyo nombre significa ‘Rocío que desciende del cielo’; sin embargo, los exploradores no tuvieron forma de comprobar que se trataba de otras pirámides que formaron parte de una urbe de importante poder religioso, político y económico.
Izamal, según se calcula, tuvo sus primeros asentamientos humanos alrededor del año 750 a.C., aunque la ciudad fue fundada hacia el 550 d.C. con la llegada de los Chanes, un pueblo venido de la zona de Bacalar alcanzando su esplendor durante los años 850 y 1000 d.C. Es considerada como una de las más antiguas, incluso más que Chichén Itzá y Uxmal.
La ciudad, ahora se sabe, fue abandonada parcialmente después de la disolución de la liga de Mayapán, la alianza de los pueblos mayas del posclásico, hacia el siglo XII. Es por eso que, a la llegada de los españoles, la ciudad estaba deshabitada, pero lista para ser utilizada como base para obras coloniales.
VIDA ALREDEDOR DEL CONVENTO
Fue así que cuando los españoles instalan el régimen de la encomienda en el siglo XVI y deciden construir un templo sobre una gran pirámide, vestigio de los tiempos gloriosos de Izamal.
El convento franciscano de San Antonio de Padua , concluido en 1561, es un conjunto que se encuentra en el centro del pueblo. Está rodeado por 75 arcos que forman un impresionante atrio de 7,806 metros cuadrados, lo que lo hace el segundo más grande de los templos católicos alrededor del mundo, sólo superado por la Plaza de San Pedro en el Vaticano.
Para su edificación, y la de varias viviendas alrededor, se cuenta que se utilizaron piedras que habían formado parte de las gloriosas estructuras mayas.
PUEBLO MÁGICO
Alrededor del convento se edificó una ciudad colonial cuyo principal atractivo es la conjunción arquitectónica colonial y su color amarillo con toques blancos, que también utiliza el templo.
Existen varias versiones acerca del color de sus casas y edificios. Una dice que fue seleccionado porque al ser combinado con el blanco ahuyenta a los mosquitos; otros aseguran que los mayas consideraban ese pigmento ‘sagrado’ en relación con el maíz; sin embargo, la interpretación oficial sostiene que fue pintado de esa forma como homenaje que hizo el Papa Juan Pablo II en 1993.
En el año de 2002, Izamal fue considerado Pueblo Mágico gracias a la voluntad de sus habitantes para conservar la esencia, pulcritud y elegancia de la también conocida ‘Ciudad de Oro’ de Yucatán.