El 19 de abril de 1967, Kathrine Switzer forjó el destino de las mujeres corredoras en Estados Unidos y el resto del mundo.
Es una imagen que cuesta extraer de la memoria: un hombre de mediana edad, trata de agarrar por la espalda a una silueta delgada, mientras el resto de protagonistas de la instantánea, observan la escena con una mezcla de desdén, desinterés y franca alucinación ante los acontecimientos.
El lugar es Boston, el evento es la maratón centenaria de la ciudad y la silueta entrecortada que huye de las trabas del hombre de turno es Kathrine Switzer, la primera mujer en la historia que logró inscribirse, participar y finalizar la exigente y prestigiosa maratón de Boston.
Antecedentes
En los Juegos Olímpicos de Atenas 1896, los primeros de la Era Moderna, una de las competencias más exitosas y destacadas fue la maratón, que se dice convocó más de 100,000 espectadores, por su significado simbólico e histórico.
Inspirado por esta, la ciudad de Boston creó un año más tarde su propio maratón, y es desde entonces, uno de los eventos de atletismo más célebres y destacados, y una de las seis grandes del maratón mundial.
‘Ninguna mujer puede correr un maratón’ a Kathrine Switzer le dolió mucho esa frase. Más viniendo de quien venía: Arnie, su entrenador. Ella sabía que no era cierto. Se veía capaz de conseguirlo. Pero ni siquiera una de las personas más cercanas a ella confiaba en que fuera posible. En realidad, nadie lo pensaba. Pero por aquél entonces, se consideraba a la mujer totalmente incapaz de completar los 42 kilómetros corriendo. Era imposible. Sólo era cosa de hombres.
Aquella frase le dolió a Kathrine Switzer. Pero, sobre todo, terminó de convencerla. Estaba dispuesta a conseguirlo y demostrar al mundo que una mujer, se llamara Kathrine y fuera de Alemania o se llamara de otro modo y fuera de otro continente, podría correr un maratón.
Kathrine, que en realidad llevaba tiempo corriendo distancias, comenzó a entrenar con mayor dedicación. Tenía poco más de tres meses para prepararse. Y tres semanas antes del maratón de Boston, ya completaba con relativa facilidad los 42 kilómetros. Pero el mayor problema que se iba a encontrar, no estaba en el asfalto.
Cuando llegó la hora de registrarse, las dudas asaltaron a Kathrine, a su entrenador, y a Tom, su novio. Sabían que nunca ninguna mujer había competido en un maratón. Sabían que no estaría bien visto. Pero no sabían si era ilegal o no. Así que fueron a comprobar el libro de normas de competición y de registro, y no decía absolutamente nada sobre las mujeres. Se daba por hecho que ninguna mujer en su sano juicio se plantearía correr un maratón. O, simplemente, no existían. Por si acaso, hizo la solicitud firmando como K.V.Switzer, y fue aceptada.
Cuando llegó el día, cuenta Kathrine, estaba realmente nerviosa. No sabía si le dejarían competir o no. Se vistió con una sudadera y unos pantalones largos, pero en el momento de la asignación de dorsales, tenía miedo de ser expulsada por ser mujer. Extendió su jersey para que pusiera el dorsal sin mirar el juez. Notó cómo ponía su mano sobre su hombro, le dió paso hacia delante, y gritaba: ‘vamos atletas, muévanse, continuen pasando’. Y fue así que pasó. Ya lo había conseguido.
Cuando llegó hacia la zona de salida, acompañada de su entrenador y su novio, notó cómo el resto de participantes la miraban pero, lejos de molestarse o sorprenderse, le deseaban suerte. Se alegraban de tener a una mujer a su lado a la hora de correr. Y así arrancó la carrera, el maratón de Boston.
Una imagen para la historia
Sin embargo, no todo iban a ser alegrías. Kathrine arrancó bien. Se sentía cómoda. Veía cómo iban avanzando los kilómetros a buen ritmo. Pero entonces, se produjo una de las imágenes que han quedado para la historia del atletismo, para la historia del deporte femenino.
De repente escuchó unos zapatos corriendo deprisa detrás de ella. Giró, y vió la cara más enfadada que nunca antes había visto. Era un oficial de carrera (Jock Semple, director del maratón). La agarró de los hombros y la empujó, mientras gritaba ‘¡Fuera de mi carrera!’. Consiguió arrancarle el dorsal de atrás, mientras ella trataba de correr más fuerte. Entonces Arnie saltó y le dijo que la dejara, que él la había entrenado y que estaba para competir, pero el juez seguía tratando de agarrarla y empujarla. Sólo porque era mujer. Y ahí apareció Tom para tirarlo al suelo. ‘Corre como nunca’, le dijo, y se pusieron los tres a correr.
El revuelo que se formó, fue tremendo. Todo, delante del autobús de prensa, que captó toda la escena, y a partir de ese momento, decidió seguir a Kathrine durante la carrera. Todos estaban pendientes de ella.
Así que Kathrine continuó. Con más energía. Y terminó la carrera. Llegó de la mano de su entrenador. Cuatro horas y veinte minutos fue el tiempo que tardó en recorrer los 42 kilómetros y 195 metros. Un crono no demasiado bueno, como demostraría ella misma años más tarde, pero normal teniendo en cuenta todo lo que había pasado durante la carrera. En realidad, el tiempo era lo de menos.
A la mañana siguiente, Kathrine aparecia en todos los periódicos. La mujer que acababa de correr un maratón, ocupaba la portada. Es así como la historia había cambiado, para siempre. Cinco años después, comenzó a permitirse legalmente la participación de la mujer en los maratones. Todo, porque Kathrine acababa de demostrar, de dejar claro, que las mujeres sí podían hacerlo.