Según la tradición, en la mesa se colocan 12 uvas delante de cada comensal, que simbolizan los 12 meses del año, y que deben comerse con cada una de las campanadas del reloj.
Como para casi todas las tradiciones consuetudinarias, existen varias versiones que explican y sitúan su origen en distintos lugares y fechas.
La primera de las suposiciones se remonta a la década de 1880. En aquel momento, según los diarios de la época, la clase burguesa española, imitando a la francesa, comenzó a celebrar la Nochevieja comiendo uvas y tomando vino.
Unos años después, en 1909, ubica temporalmente Jeff Koehler la segunda de las teorías. Ese año los productores alicantinos tuvieron una cosecha excedente de uva, de la variedad de mesa Aledo. Al bajo precio del producto, se sumó la forma creativa de venderlo: como las uvas ‘de la buena suerte’.
A lo largo de los años, la tradición se ha ido puliendo. Hoy día, mucha gente dice que las uvas simbolizan la abundancia, y cada vez que se come una, hay que pedir un deseo. En total 12 deseos.
Fuera cual fuese el origen de esta tradición, lo cierto es que las uvas se han convertido en un símbolo de prosperidad, buenos propósitos y esperanza. Por eso, como cada 31 de diciembre, muchos serán los racimos de esta fruta que se consumirán, para anunciar la llegada del 2019.
En otros países también existen alimentos típicos para dar la bienvenida al nuevo año. En Grecia, suelen cocinar un pastel llamado ‘Vassilopitta’, en cuyo interior se coloca una moneda de oro o de plata. El que encuentre la moneda en su plato, será la persona con más buena suerte en el año que se avecina. En Italia y algunos países sudamericanos, incluso en México, es tradición comer un plato de lentejas estofadas, tras las campanadas de media noche para atraer la prosperidad y la fortuna en el año entrante.