Cada nombre y cada esquina guardan una relación entre sí, pues fueron asignados según leyendas o sucesos ocurridos en dicho sitio.
En alguna ocasión cuando caminaba por las calles del centro histórico o cercanas a ésta, ¿Se dio cuenta que en las paredes de algunas construcciones hay una placa empotrada de color rojo? Aunque aún perduran y suelen llamar la atención, éstas servían como referencia porque en la época colonial las esquinas no estaban enumeradas.
De acuerdo con los cronistas de la ciudad Roldan Peniche Barrera y Antonio López Betancourt, las calles de la Mérida colonial no tenían nomenclaturas. Según con registros, en el siglo XVII la gente se ubicaba entre las calles ayudándose por los nombres de animales, frutas, o sucesos que sucedieron en dicha calle basados en historias que se narraban y pasaban de boca en boca.
El explorador francés Jean Frédéric Maximilien de Waldeck en su visita a Mérida entre 1834 y 1835, hizo mención de que las calles meridanas poseían nombres de acuerdo algo que había ocurrido en dicho sitio, en ocasiones las esquinas eran bautizadas al agarrar las nomenclaturas de las tiendas.
Otra versión es que rumbo al siglo XVIII, la ciudad se estaba expandiendo a la par que los negocios, de acuerdo con las crónicas de los autores, entre 1864 y 1865, José Salazar Ilarregui, bajo el título de Comisario Imperial, designado por el aquel Emperador Maximiliano de Habsburgo, dijo que las calles de la urbe necesitaban ser nombradas. Carlos Moya, Agustín Díaz y Mauricio Von Hippel pusieron manos a la obra, realizaron un mapa topográfico basado e inspirado del método de nomenclatura de las ciudades francesas.
Fue así que la orientación era por las casonas o establecimientos, por ejemplo, el nombre de la esquina ‘Los Peones’ (Calle 63 x 62) es porque la panificadora que hasta la fecha sigue funcionando, en su momento le perteneció a la familia Peón por varios años. Otro claro ejemplo es la muy conocida esquina ‘El Elefante’ (Calle 46 x 65 Centro) cuya característica es la estatua de dicho paquidermo en el techo de una casa, por un tiempo le perteneció al poeta Don José Julián Peón, fue él quien tuvo la idea de colocar la escultura de lámina según con las crónicas de Don Gonzalo Cámara Zavala. Sobre la misma calle 65 pero en el cruce de la 42, se ubica ‘El Monifato’ porque en la cima de una edificación se instaló un monolito de piedra con la figura del rey Fernando VII de España a manera de burla, ya que los criollos yucatecos lo aborrecían por su carácter.
Cuando México se independizó, las personas arrastraron dicha escultura para festejar, motivo por la cual está incompleta. El dueño del predio rescató la figurilla y la colocó en el techo por que originalmente estaba situada en la glorieta central de la Alameda o Paseo de las Bonitas, actualmente la calle 65 x 54 y 56. Estuvo ahí por bastantes años hasta que el INAH la rescató en 1995, el verdadero monifato se localiza en el Museo de la Ciudad, la obra que se puede ver en dicha esquina es una réplica.
Un 9 de julio de 1890, la administración de Correos de Mérida le hizo saber al entonces Gobernador Daniel Traconís, sobre la necesidad de darle otro nombre a las calles, ahora por números, con el propósito de que pudieran cumplir con su labor de entregar el correo y la correspondencia con mayor facilidad. La solicitud fue mandada al Cabildo de la Ciudad, la cual fue aprobada. Dicha numeración que se le asignó a las calles es la que hoy sigue vigente hasta hoy en día.
En la actualidad, persisten muchas placas empotradas en las construcciones, no obstante, algunas ya no existen y sólo quedan en el recuerdo de los yucatecos y viajeros que las pudieron ver en su momento.