Son cuatro figuras antropomorfas, pertenecientes a la cultura tolteca, en la zona denominada como Tollan-Xicocotitlan.
El emplazamiento náhuatl de Tollan-Xicocotitlan, mejor conocido como Tula, es célebre por sus Atlantes, los colosales monolitos de 4,5 metros de altura tallados en roca basáltica.
Arriba de una pirámide en las ruinas de la antigua ciudad de Tula, estas amenazadoras figuras de cuatro guerreros colosales se elevan sobre los visitantes, mostrando el poder y la ferocidad de la misteriosa civilización tolteca. Sus expresiones faciales y particularmente sus ojos transmiten, incluso hoy, una actitud de deber constante. Es como si estuvieran observando estoicamente el paisaje de los enemigos perdidos.
Existen muchas leyendas y creencias acerca del origen de estos gigantes, aunque investigaciones mencionan que su función es puramente arquitectónica y que fungen como pilares que sostenían el techo del templo. El primer Atlante es una réplica (observando de izquierda a derecha) ya que el original fue trasladado en 1944 al Museo Nacional de Antropología en Ciudad de México.
La civilización tolteca llegó al poder después del declive de Teotihuacan y en los siglos previos al surgimiento de los aztecas. A lo largo de los siglos, el poder cultural y militar de los toltecas continuó extendiéndose desde el centro de México hasta las regiones mayas de la península de Yucatán.
Los monumentales atlantes se encuentran en la parte superior del Templo de Tlahuizcalpantecutli o también llamado ‘Estrella de la Mañana’ desde la cual se aprecia toda la plaza principal. El edificio más importante de la zona es el llamado Palacio Quemado que se localiza en el lado noreste de la plaza, su importancia radica porque, de acuerdo a las investigaciones del INAH, la estructura era, probablemente, el axis mundi del recinto sagrado y, por lo tanto, el eje central de construcción de la ciudad.