Fly Geyser es uno de esos fenómenos a los que la naturaleza dota de características insólitas, como si los hiciera para nuestro disfrute.
Se trata de un géiser con varias bocas de salida que está situado en el desierto Black Rock, al noroeste del estado de Nevada (EEUU), bastante cerca de donde se celebra cada año un famoso festival bohemio al aire libre, el Burning Man.
A principios de siglo XX, los granjeros de las zonas áridas del oeste de los Estados Unidos estaban obsesionados con aprovechar las aguas subterráneas que se hallaban en el subsuelo, para poder regar. De esta forma se pretendía transformar los eriales de los aledaños del ‘Valle de la Muerte’, en unos vergeles a costa de estas aguas freáticas, y en no pocas veces, a costa de la fauna que vivía a expensas de estas aguas. En 1916, se hicieron perforaciones en la zona para buscar agua y fertilizar el entorno para la agricultura, y lo que encontraron fue un acuífero termal que manaba a más de 200º.
Como puede apreciarse, en lugar de un chorro, hay varios, aunque pequeños (no alcanzan más de metro y medio) pero el punto fuerte del lugar es el espectro de formas y colores del conjunto, provocado por la combinación del carbonato cálcico de las rocas, y la presencia de algas termófilas.
Los sedimentos de carbonato cálcico han pintado las rocas mejor que cualquier artista, entregando un paisaje único y espectacular, ya que en resumen, el géiser tiene menos de un siglo. Salta hacia adelante varias décadas, y esos depósitos se han convertido en tres grandes montículos que se elevan desde un campo de altas cañas y pastos. Los sedimentos tienen ahora casi 6 pies de alto y son de colores brillantes, verdes y rojos. El trío de conos de travertinos del géiser todavía arroja agua hirviendo, a unos cuatro o cinco pies en el aire. Los científicos familiarizados con el géiser observan que el color en el exterior de los montículos, es el resultado de las algas termófilas, que florecen en ambientes húmedos y cálidos.
En la actualidad, el géiser Fly continúa su erupción, y el cono se eleva ya hasta los 3.70 metros de altura y sigue su crecimiento, el cual, de momento, no tiene visos de parar... y que no pare, ya que, aparte del regocijo para la vista, alrededor del géiser se ha formado una zona de una gran riqueza biológica gracias a la continua emisión de agua en medio del desierto. Este detalle, sumado al hecho de encontrarse en una propiedad privada que no permite una visita libre de esta pequeña maravilla de la naturaleza, hace que a estas alturas podamos disfrutar de un bello géiser, que contó con la inestimable ayuda de un error humano para formarse.