Dicen que en los desiertos, alejados lo más posible de la civilización, es donde mejor se ve el cielo nocturno.
Es la propia contaminación lumínica de nuestras ciudades la que nos ha acostumbrado a subestimar la belleza de un cielo nocturno. El “fenómeno natural” en éste caso, es la oportunidad de encontrar un punto de la tierra en donde las estrellas se pueden ver de un modo capaz de deslumbrarnos.
El Desierto de Atacama es, con una bajísima humedad ambiental y a más de 3500 metros de altura sobre el nivel del mar, un lugar ideal para ello. Los astrónomos lo saben y hay al menos una docena de observatorios en el lugar.
Brillando la lluvia por su ausencia, es considerado el desierto más árido del mundo y se encuentra al norte de Chile, con sus 105.000 km2 de extensión encajonados entre el rugiente Pacífico y la larguísima Cordillera de los Andes.
En condiciones óptimas se pueden alcanzar a distinguir hasta 3.000 estrellas en un cielo nocturno. Esta inigualable ventaja le ha permitido a Chile posicionarse como potencia astronómica. Cerca del 40% de la observación astronómica mundial se realiza en el país. Existen 37 centros, de los cuales 18 son científicos y 19 turísticos y de observación amateur.
El ejemplo más destacado es el radiotelescopio terrestre ALMA, el mayor y más costoso proyecto del mundo que se encuentra ubicado en el llano de Chajnantor a más de 5.000 metros de altitud y a unos 50 kilómetros al este de San Pedro de Atacama.
En dirección opuesta hacia la costa está el Observatorio Paranal, ubicado a 2.600 metros de altitud y 130 kilómetros al sur de la ciudad de Antofagasta y es el único observatorio del mundo que tiene a disposición de los científicos más de 1.400 noches despejadas al año, 365 multiplicadas por los cuatro telescopios.
Los astrónomos sin duda se entusiasman al ver un cielo de esta naturaleza, casi único en el planeta, por la poca nubosidad registrada durante todo el año.