Petra, la maravilla del mundo, es sin duda el tesoro más valioso de Jordania, y atracción turística. Es una ciudad inmensa, única, tallada en la roca por los nabateos, un pueblo árabe que se estableció más de 2000 años atrás, convirtiéndola en un importante cruce de la seda, especias y otras rutas comerciales que unían a China, India y el sur de Arabia con Egipto, Siria, Grecia y Roma.
Petra no fue fundada por los nabateos, como muchos creen, sino por los edomitas, en el siglo VI a.C., un antiguo pueblo semita que ocupaba la región de Judea (las tierras del sur de Jordania e Israel, junto al Mar Muerto).
Los nabateos, llegaron en el siglo VIII a.C, y se instalaron aquí. Fueron ellos los que excavaron, y modelaron en la piedra roja del valle, la antigua ciudad, creando edificios grandiosos, templos y tumbas que todavía hoy podemos contemplar.
Petra sigue despertando el entusiasmo de todos aquellos que la visitan. La grandeza de su arquitectura tallada en la piedra arenisca, que con sus vetas de colores rosados hace aún más soberbia su belleza, impresiona de tal modo al viajero, que éste no se pregunta por los edificios que constituyeron en su día la ciudad de los vivos, para siempre aniquilada por los terremotos. En efecto, las fachadas dispersas por todo su perímetro, corresponden en su mayoría a las tumbas de los riquísimos comerciantes, nobles y monarcas que compitieron por mostrar a sus paisanos su fortuna formidable. Pero Petra no era sólo una ciudad para los difuntos; los palacios, las casas, los negocios, los templos, los almacenes, los talleres y los espacios públicos; daban cobijo a las actividades cotidianas de una ciudad próspera, bulliciosa y, como señaló el geógrafo griego Estrabón, abierta al establecimiento de extranjeros, por más que su localización proporcione la imagen de una ciudad cerrada y recóndita, accesible tan sólo para algunos privilegiados que vivían o se refugiaban en ella. Frente a las ciudades de su época, la muralla de Petra era su posición geográfica en medio de un laberinto de cañones horadados en la roca. Esa defensa natural, resultaba tan poderosa, que la mantuvo durante siglos oculta a la curiosidad de los extraños. La reforzaban bastiones como la torre Conway, que toma su nombre de Agnes Conway, la arqueóloga que la excavó en 1929, y algunos lienzos aislados; al parecer, la ciudad no se dotó de un verdadero recinto amurallado hasta mediados del siglo III.
El origen de la riqueza de Petra, estuvo en el comercio caravanero. Hasta siete rutas confluían en la ciudad del desierto, desde donde se distribuían los productos hacia Alejandría, Jerusalén, Damasco, Apamea y muchas otras ciudades.
Sobre la cronología del reino nabateo, no se dispone de datos directos que permitan trazar una historia más o menos firme. Hemos de conformarnos con la información arqueológica y las noticias aisladas que proporcionan las fuentes clásicas, esencialmente Diodoro Sículo, Estrabón y Flavio Josefo. Toda esta documentación, permite constatar que a mediados del siglo II a.C. existía una familia real en Petra, atestiguada por Estrabón, aunque la institución monárquica, puede haber precedido a la dinastía de Aretas I, considerado tradicionalmente el primer rey nabateo; el nombre de Aretas I, aparece mencionado en la inscripción nabatea más antigua, de 168 a.C. A partir de ese momento, se consolidaron las estructuras del reino, y se empezó a construir la necrópolis real. Los diferentes reyes competirían entre sí, por lograr fachadas cada vez más bellas y espectaculares, para sus tumbas talladas en las paredes rocosas.
Aunque Petra era una leyenda, tuvo que llegar el explorador suizo Jean Louis Burckhardt en 1812, para que fuese una realidad. Desde entonces, han sido millones de turistas los que han acudido a Jordania para poder admirar esta antigua ciudad, donde ‘Indiana Jones’ y muchas películas más, han sido rodadas, y que se ha convertido en el lugar más visitado del país, pese a que el patrimonio jordano es inmenso.