En su forma básica, la parálisis del sueño ciertamente es muy común.
La parálisis del sueño se produce durante la transición entre el sueño y la vigilia, ya sea en los momentos previos a conciliar el sueño o en el momento del despertar.
Habitualmente, el cuerpo se paraliza durante el sueño paradójico (fase de sueño en la que se tienen sueños) en el que un neurotransmisor (la glicina) impide a los músculos moverse durante los sueños. La parálisis del sueño anormal aparece cuando las funciones motrices del cuerpo son bloqueadas al despertar o cuando el mecanismo se pone en marcha de manera prematura.
La persona se siente atrapada en su propio cuerpo. Aunque puede abrir los ojos, no es capaz de emitir sonido ni mover músculo alguno, lo cual le genera una considerable sensación de angustia y de temor por estar sufriendo un episodio de una enfermedad grave.
Las crisis son, la mayoría de las veces, cortas y no exceden algunos minutos. No es grave, pero puede ser un síntoma de narcolepsia y genera mucha ansiedad, incluso terror, a quien lo experimenta.
Esta parálisis generalmente se asocia con alucinaciones, que pueden ser de naturaleza variable según los casos. Las alucinaciones más frecuentes se manifiestan por la impresión de sentir una presencia hostil en la habitación o una presión sobre el cuerpo. También puede tratarse de alucinaciones auditivas (crujidos, ruidos de pisadas), visuales (percepción de objetos o de luz) o kinestésicas (sensación de caída, de flotación o vibraciones).
Algunos estudios cifran su prevalencia entre el 0,3% y el 4% de la población en general, y entre los factores que predisponen a sufrirla, están: hábitos irregulares de sueño, como les sucede a las personas que trabajan a turnos, tener con frecuencia jet-lag, privación prolongada del sueño, estrés, cansancio y/o excesivo. Sin embargo, algunos estudios aseguran que la parálisis del sueño sólo asociada a una mala calidad del descanso, se da en el 49% de los afectados.