La radiografía, consiste precisamente en tomar una fotografía de la medida en la que los rayos X atraviesan los diferentes elementos químicos de un objeto.
Al igual que sucede con el cuerpo humano, una obra de arte está compuesta por un gran número de compuestos.
La piel de la obra de arte sería el barniz aplicado para protegerla de los agentes externos, que es atravesada con facilidad por los rayos X, ya que está formada por resinas y aceites orgánicos.
Los pigmentos utilizados en la obra, interactúan con los rayos X de diferente manera, dependiendo de su origen. Los pigmentos inorgánicos que contienen metales pesados como el plomo o el mercurio absorberán en gran medida la radiación, dejando una característica ‘mancha’ blanca en la radiografía.
Otros con compuestos menos pesados, atenuarán la radiación, en función de su densidad y su composición, de modo que se podrán ver las diferentes ‘capas’ que forman la obra.
Gracias a la radiografía de una obra de arte podemos por lo tanto obtener valiosa información sobre el estado de la obra, la técnica artística del pintor, y sobre la composición subyacente, o arreglos que se hayan ido realizando a lo largo del proceso creativo.
En los últimos años, esta técnica ha servido para la atribución correcta de ciertas obras, la identificación de fraudes, y para conocer mejor el proceso que siguió el artista en su creación.
En el 2008, la Universidad Tecnológica de Delft, investigó la obra ‘Parche en la hierba del holandés’ y eso fue exactamente lo que encontraron, un parche anterior, como muchos entendidos habían sospechado.
El secreto de 1887, salió a la luz, gracias a la tecnología avanzada de un proceso basado en los rayos X, que mide la composición de los pigmentos.
Así descubrieron la anomalía de la obra, un claro retrato de una mujer muy reconocible, que nos obliga a ver el paisaje con un giro de 90º .