A solo 600 kilómetros de la ciudad de Buenos Aires, se encuentran las ruinas de una pequeña ciudad que supo brillar en todo su esplendor.
Villa Epecuén, cuyas aguas termales consideradas milagrosas, se consagró como uno de los centros turísticos más exclusivos durante el verano, hacia mediados del Siglo XX. Pero una grave inundación arrasó con la ciudad, dejando detrás solo restos de lo que alguna vez fue.
La ciudad fue fundada en 1921, llegó a tener cerca de 1,500 habitantes y miles de turistas la visitaban cada año, para disfrutar de sus termas naturales.
Se decía que el lago Epecuén (que da nombre a la ciudad), era milagroso por sus aguas extremadamente saladas y altamente mineralizadas, famosas por su parecido con las propiedades del Mar Muerto.
Era tal el furor por la ciudad, que en la década del 70, disponía de 5 mil plazas hoteleras, 250 establecimientos dedicados al turismo, 25 mil visitantes por temporada y varias construcciones para fortalecer el turismo.
El 10 de noviembre de 1985, el enorme caudal de agua, rompió el terraplén de piedra y tierra que separaba la población de la laguna, e inundó gran parte de la localidad, por lo que la villa desapareció por completo.
Fue tal la fuerza del agua, que el terraplén no fue suficiente para detenerla. El lago crecía en la ciudad a un centímetro por hora. Luego de dos semanas todos sus habitantes tuvieron que ser evacuados, forzados a abandonar su origen, sus cosas, su hogar y su historia.
Sobre 1986, el pueblo estaba envuelto ya por 4 metros de agua en sus calles, llegando en 1993 a más de 10 metros de profundidad. 30 años después, el agua comenzó a irse, pero como era extremadamente salada, dejó a lo que quedaba de la ciudad, en ruinas.
Villa Epecuén hoy
La ciudad recobró el poder de atraer al turismo, pero esta vez por un motivo diferente. Sus ruinas que cuentan la historia por sí mismas, son dignas de un escenario de película, e ideales para sacar fotos, o simplemente para conocer y explorar.